Cuando se surca el espacio profundo, una recomendación que se suele hacer a los navegantes es que lleven consigo una gran cantidad de material fílmografico que posea un carácter temporal marcado.
Esto permite conservar el sentido del transcurso del tiempo de una manera más sana que el puntito verde en el programa de ruta que te identifica, moviéndose a paso imperceptible hacia un distante puntito amarillo que es tu destino, y que avanza con la lenta parsimonia de los procesos de instalación de las actualizaciones de software obligatorias.
Hay quien recopila videos de sus amigos y familiares grabados durante largo tiempo a fin de facilitarle la travesía, otros fingen vivir como nuevos los acontecimientos deportivos de años pasados.
En mi caso, cada nuevo día era marcado por una alarma despertador tras la que, pocos minutos después se emitia un nuevo capítulo de la serie mas longeva de la televisión terráquea, “Firefly”.
Ese aire de cowboy espacial que impregnaba en las aventuras de sus protagonistas me hacían sentirme durante un breve lapso de tiempo, más como un héroe solitario que como un borracho errante.
Pero cuando la serie acababa, me quedaba bastante aburrido y con el paso de las horas siempre acababa recurriendo a la cerveza, algo de Blues, un film de John Ford, o a revisionar capítulos pasados.
Así pues, dado que era siempre la única novedad en el día, atesoraba cada uno de esos capítulos mejor que el poco alcohol fuerte que había podido colar en la nave (y del que ya no quedaba nada). Y los visionaba siempre a uno por ronda de veinte horas, convirtiéndose desde el momento en el que acababa, en la mayor ilusión por seguir existiendo.
Ocurrió aquel inicio de turno, ronda de viaje 183, y no se traducir eso en días. Que mientras con un cepillo de dientes solo humedecido con agua reciclada, repasaba los resecos resquicios de la resaca pasada mientras sonaba la canción de cabecera de la serie, y tarareaba como el regurgitar de un pájaro la letra alegremente, el sistema de comunicaciones comenzó a emitir un agudo pitido que advertía la llegada de un mensaje al sistema.
El motivo por el que todo lo que entretiene a un navegante es lo que lleva con él, es porque viaja a mayor velocidad que cualquier comunicación que pueda enviarsele, y en el basto espacio que separaba su punto de origen de su destino, las demás zonas en las que la vida se había asentado quedaban ya tan atrás, que el sistema de comunicaciones solo tenía como sentido, el ser usado como forma de comunicación con los oficiales aduaneros del punto de embarque.
Y como allí no había estación alguna, ni planeta habitado, el hecho de encontrarse con aquella señal solo podía significar o, que se había jodido el sistema, lo que era malo. O que se había vuelto loco, lo que era probable. O que una hormiga se había cruzado con otra solitaria hormiga, en un mundo con cinco hormigas, y de cien veces el tamaño de un planeta mediano, lo que era estadísticamente imposible.
Medite acerca de todo ello durante no se cuantos segundos mientras el pitido proseguía incesante mezclándose sobre “The ballad of serenity” de Sonny Rhodes, pause la serie, desplace su ventana a un lateral y abri el panel de mensajes.
La bandeja que numeraba el correo había recibido 46 mensajes idénticos, y cada segundo se sumaba uno, 47, 48… todos tenían el mismo tamaño, todos tenían el mismo título en letras mayúsculas y rojas, y todos poseían el mismo contenido.
A grandes rasgos, y tras un S.O.S, se hablaba de forma breve de la caída de Paprika a manos de una civilización no Terran de carácter hostil.
Se daba las coordenadas de la nave civil de propulsión nuclear que se encontraba varada debido a su incapacidad para el viaje intergalaxial, así como del numero de tripulantes, cinco, y de soporte con el que contaban.
El mensaje era breve y definía poco, probablemente era así para poder ser enviado con la frecuencia más alta posible en un radio constante a la infortunada nave que pasara por allí.
Dado el carácter de las naves interplanetarias, el mensaje jamas llegaría a la tierra, pero había logrado algo semejante a ser una eficiente baliza de socorro de rango poco desdeñable.
Los restos se encontraban a pocas semanas de viaje, habían forzado el motor nuclear al máximo o habían contado con un gran numero de reservas de combustible para alejarse tanto de Paprika. Daba igual, estaban cerca, y el punto al que me dirigía estaba en manos de algún ser viscoso de 18 ojos y muy mala leche, por lo que mis opciones se resumían en dar la vuelta, regresar y decirle a todo el mundo, eh, ahí hay una nave con cinco cadáveres en esta ubicación. O ir, recoger a dos de ellos, y regresar siendo algo parecido a un héroe.
Intente fumar del cigarro que tenía en mi boca, pero resulto seguir siendo el cepillo de dientes.
Pausadamente, lo deje sobre la mesa de mandos, saque un Chester, y volví a reproducir el capítulo mientras meditaba acerca de si era algo más, que un borracho surcando el universo en una lata de cerveza gigante.